martes, 22 de diciembre de 2009

Jesús está en su santo templo y ahora aceptará nuestros sacrificios , nuestras oraciones y la confesión de nuestras faltas y pecados , y perdonará todas las trangresiones de Israel , a fin de que queden borradas antes de salir él del santuario . Entonces los santos y justos seguirán siendo justos , porque todos sus pecados habrán quedado borrados , ,,,,,,,,,, y ellos recibirán el sello del Dios vivo ; pero quienes sean injustos e impuros , seguirán siendo también injustos e impuros, porque ya no habrá en el santuario sacerdote que ofrezca ante el trono del padre las oraciones, sacrificios y confesiones de ellos . Por lo tanto, lo que deba hacerse para salvar las almas de la inminente tormenta de ira, ha de ser hecho antes de que Jesús salga del lugar santísimo del santuario celestial. P.E. 48.

El ángel le dijo a Elena:

El ángel me dijo entonces: " Debes volver, y si eres fiel,,,,,,,,,,,tendrás,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,con los 144,000 ,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,el privilegio de visitar todos los mundos y ver la obra de las manos de Dios.P.E. Pág. 40

"Bástate la gracia de Dios; él te sostendrá."

Mientras estaba orando ante el altar de la familia, el Espíritu Santo descendió sobre mí , y me pareció que me elevaba más y más , muy por encima del tenebroso mundo . Miré hacia la tierra para buscar al pueblo adventista , pero no lo hallé en parte alguna , y entonces una voz me dijo: "Vuelve a mirar un poco más arriba ." Alce los ojos y vi un sendero recto y angosto trazado muy por encima del mundo . El pueblo adventista andaba por ese sendero , en dirección a la ciudad que que se veía en su último extremo . En el comienzo del sendero, detrás de los que ya andaban , había una brillante luz , que , según me dijo un ángel , era el "clamor de media noche" Esta luz brillaba a todo lo largo del sendero , y alumbraba los pies de los caminantes para que no tropezaran.

Delante de ellos iba Jesús guiándolos hacia la ciudad , y si no apartaban los ojos de él , iban seguros . Pero no tardaron algunos en cansarse , diciendo que la ciudad estaba todavía muy lejos , y que contaban con haber llegado más pronto a ella. Entonces Jesús los alentaba levantando su glorioso brazo derecho , del cual dimanaba una luz que ondeaba sobre la hueste adventista , y exclamaban "aleluya!" Otros negaron temerariamente la luz que brillaba tras ellos , diciendo que no era Dios quien los había guiado hasta allí . Pero entonces se extinguió para ellos la luz que estaba detrás y dejó sus pies en tinieblas , de modo que tropezarón y, perdiendo de vista el blanco y a Jesús , cayeron fuera del sendero abajo, en el mundo sombrio y perverso . PRONTO OÍMOS LA VOZ DE DIOS , SEMEJANTE AL RUIDO D E MUCHAS AGUAS , QUE NOS ANUNCIÓ EL DÍA Y LA HORA DE LA VENIDA DE JESÚS . LOS 144000 SANTOS VIVIENTES RECONOCIERÓN Y ENTENDIERÓN LA VOZ ; pero los malvados se figurarón que era fragor de truenos y de terremoto . CUANDO DIOS SENALÓ EL TIEMPO , DERRAMÓ SOBRE NOSOTROS EL ESPÍRITU SANTO , Y NUESTROS SEMBLANTES SE ILUMINARÓN REFULGENTEMENTE CON LA GLORIA DE DIOS , COMO LE SUCEDIÓ A MOISÉS AL BAJAR DEL SINAÍ.

LOS 144000 ESTABAN TODOS SELLADOS Y PERFECTAMENTE UNIDOS. EN SU FRENTE LLEVABAN ESCRITAS ESTAS PALABRAS : " DIOS NUEVA JERUSALEM" , Y ADEMÁS UNA BRILLANTE ESTRELLA CON EL NUEVO NOMBRE DE JESÚS. Los impíos se enfurecieron al vernos en aquel santo y feliz estado , y querían apoderarse de nosotros para encarcelarnos , cuando extendimos la mano en el nombre del Señor y cayeron rendidos en el suelo . Entonces conoció la sinagoga de Satanás que Dios nos había amado, a nosotros que podíamos lavarnos los pies unos a otros y saludarnos fraternalmente con ósculo santo, y ellos adoraron a nuestras plantas.


Pronto se volvieron nuestros ojos hacia el oriente, donde había aparecido una nubecilla negra del tamaño de la mitad de la mano de un hombre, que era, según todos comprendían, la señal del Hijo del hombre. En solemne silencio, contemplábamos cómo iba acercándose la nubecilla, volviéndose cada vez más esplendorosa hasta que se convirtió en una gran nube blanca cuya parte inferior parecía fuego. Sobre la nube lucía el arco iris y en torno de ella aleteaban diez mil ángeles cantando un hermosísimo himno. En la nube estaba sentado el Hijo del hombre. Sus cabellos, blancos y rizados, le caían sobre los hombros; y llevaba muchas coronas en la cabeza. Sus pies parecían de fuego; en la mano derecha tenía una hoz aguda y en la izquierda llevaba una trompeta de plata. Sus ojos eran como llama de fuego, y escudriñaban de par en par a sus hijos. Palidecieron entonces todos los semblantes y se tornaron negros los de aquellos a quienes Dios había rechazado. Todos nosotros exclamamos: "¿Quién podrá permanecer? ¿Está mi vestidura sin manchas?" Después cesaron de cantar los ángeles, y por un rato quedó todo en pavoroso silencio cuando Jesús dijo: "Quienes tengan las manos limpias y puro el corazón podrán subsistir. Bástaos mi gracia." Al escuchar estas palabras, se iluminaron nuestros rostros y el gozo llenó todos los corazones. Los ángeles pulsaron una nota más alta y volvieron a cantar, mientras la nube se acercaba a la tierra.
Luego resonó la argentina trompeta de Jesús, a medida que él iba descendiendo en la nube, rodeado de llamas de fuego. Miró las tumbas de sus santos dormidos. Después alzó los ojos y las manos hacia el cielo, y exclamó: "¡Despertad! ¡Despertad! ¡Despertad los que dormís en el polvo, y levantaos!" Hubo entonces un formidable terremoto. Se abrieron los sepulcros y resucitaron los muertos revestidos de inmortalidad. Los 144,000 exclamaron "¡Aleluya!" al reconocer a los amigos que la muerte había arrebatado de su lado, y en el mismo instante nosotros fuimos transformados y nos reunimos con ellos para encontrar al Señor en el aire.
Juntos entramos en la nube y durante siete días fuimos ascendiendo al mar de vidrio, donde Jesús sacó coronas y nos las ciñó con su propia mano. Nos dio también arpas de oro y palmas de victoria. En el mar de vidrio, los 144,000 formaban un cuadrado perfecto. Algunas coronas eran muy brillantes y estaban cuajadas de estrellas, mientras que otras tenían muy pocas; y sin embargo, todos estaban perfectamente satisfechos con su corona. Iban vestidos con un resplandeciente manto blanco desde los hombros hasta los pies. Había ángeles en todo nuestro derredor mientras íbamos por el mar de vidrio hacia la puerta de la ciudad. Jesús levantó su brazo potente y glorioso y, posándolo en la perlina puerta, la hizo girar sobre sus relucientes goznes y nos dijo: "En mi sangre lavasteis vuestras ropas y estuvisteis firmes en mi verdad. Entrad." Todos entramos, con el sentimiento de que teníamos perfecto derecho a estar en la ciudad.
Allí vimos el árbol de la vida y el trono de Dios, del que fluía un río de agua pura, y en cada lado del río estaba el árbol de la vida. En una margen había un tronco del árbol y otro en la otra margen, ambos de oro puro y transparente. Al principio pensé que había dos árboles; pero al volver a mirar vi que los dos troncos se unían en su parte superior y formaban un solo árbol. Así estaba el árbol de la vida en ambas márgenes del río de vida. Sus ramas se inclinaban hacia donde nosotros estábamos, y el fruto era espléndido, semejante a oro mezclado con plata.
Todos nos ubicamos bajo el árbol, y nos sentamos para contemplar la gloria de aquel paraje, cuando los Hnos. Fitch y Stockman, que habían predicado el Evangelio del reino y a quienes Dios había puesto en el sepulcro para salvarlos, se llegaron a nosotros y nos preguntaron qué había sucedido mientras ellos dormían. (Véase el Apéndice.) Procuramos recordar las pruebas más graves por las que habíamos pasado, pero resultaban tan insignificantes frente al incomparable y eterno peso de gloria que nos rodeaba, que no pudimos referirlas y todos exclamamos: " ¡Aleluya! Muy poco nos ha costado el cielo." Pulsamos entonces nuestras áureas arpas cuyos ecos resonaron en las bóvedas del cielo.
Con Jesús al frente, descendimos todos de la ciudad a la tierra, y nos posamos sobre una gran montaña que, incapaz de sostener a Jesús, se partió en dos, de modo que quedó hecha una vasta llanura. Miramos entonces y vimos la gran ciudad con doce cimientos y doce puertas, tres en cada uno de sus cuatro lados y un ángel en cada puerta. Todos exclamamos: "¡La ciudad! ¡la gran ciudad! ¡ya baja, ya baja de Dios, del cielo" Descendió, pues, la ciudad, y se asentó en el lugar donde estábamos. Comenzamos entonces a mirar las espléndidas afueras de la ciudad. Allí vi bellísimas casas que parecían de plata, sostenidas por cuatro columnas engastadas de preciosas perlas muy admirables a la vista. Estaban destinadas a ser residencias de los santos. En cada una había un anaquel de oro. Vi a muchos santos que entraban en las casas y, quitándose las resplandecientes coronas, las colocaban sobre el anaquel. Después salían al campo contiguo a las casas para hacer algo con la tierra, aunque no en modo alguno como para cultivarla como hacemos ahora. Una gloriosa luz circundaba sus cabezas, y estaban continuamente alabando a Dios.
Vi otro campo lleno de toda clase de flores, y al cortarlas, exclamé: "No se marchitarán." Después vi un campo de alta hierba, cuyo hermosísimo aspecto causaba admiración. Era de color verde vivo, y tenía reflejos de plata y oro al ondular gallardamente para gloria del Rey Jesús. Luego entramos en un campo lleno de toda clase de animales: el león, el cordero, el leopardo y el lobo, todos vivían allí juntos en perfecta unión. Pasamos por en medio de ellos, y nos siguieron mansamente. De allí fuimos a un bosque, no sombrío como los de la tierra actual, sino esplendente y glorioso en todo. Las ramas de los árboles se mecían de uno a otro lado, y exclamamos todos: "Moraremos seguros en el desierto y dormiremos en los bosques." Atravesamos los bosques en camino hacia el monte de Sión.
En el trayecto encontramos a un grupo que también contemplaba la hermosura del paraje. Advertí que el borde de sus vestiduras era rojo; llevaban mantos de un blanco purísimo y muy brillantes coronas. Cuando los saludamos pregunté a Jesús quiénes eran, y me respondió que eran mártires que habían sido muertos por su nombre. Los acompañaba una innúmera hueste de pequeñuelos que también tenían un ribete rojo en sus vestiduras. El monte de Sión estaba delante de nosotros, y sobre el monte había un hermoso templo. Lo rodeaban otros siete montes donde crecían rosas y lirios. Los pequeñuelos trepaban por los montes o, si lo preferían, usaban sus alitas para volar hasta la cumbre de ellos y recoger inmarcesibles flores. Toda clase de árboles hermoseaban los alrededores del templo: el boj, el pino, el abeto, el olivo, el mirto, el granado y la higuera doblegada bajo el peso de sus maduros higos, todos embellecían aquel paraje. Cuando íbamos a entrar en el santo templo, Jesús alzó su melodiosa voz y dijo: "Unicamente los 144,000 entran en este lugar." Y exclamamos: "¡Aleluya!"
Este templo estaba sostenido por siete columnas de oro transparente, con engastes de hermosísimas perlas. No me es posible describir las maravillas que vi. ¡Oh, si yo supiera el idioma de Canaán ¡Entonces podría contar algo de la gloria del mundo mejor! Vi tablas de piedra en que estaban esculpidos en letras de oro los nombres de los 144,000. Después de admirar la gloria del templo, salimos y Jesús nos dejó para ir a la ciudad. Pronto oímos su amable voz que decía: "Venid, pueblo mío; habéis salido de una gran tribulación y hecho mi voluntad. Sufristeis por mi. Venid a la cena, que yo me ceñiré para serviros." Nosotros exclamamos: "¡Aleluya! ¡Gloria!" y entramos en la ciudad. Vi una mesa de plata pura, de muchos kilómetros de longitud y sin embargo nuestra vista la abarcaba toda. Vi el fruto del árbol de la vida, el maná, almendras, higos, granadas, uvas y muchas otras especies de frutas. Le rogué a Jesús que me permitiese comer del fruto y respondió: "Todavía no. Quienes comen del fruto de este lugar ya no vuelven a tierra. Pero si eres fiel, no tardarás en comer del fruto del árbol de la vida y beber del agua del manantial." Y añadió: "Debes volver de nuevo a la tierra y referir a otros lo que se te ha revelado." Entonces un ángel me transportó suavemente a este obscuro mundo. A veces me parece que no puedo ya permanecer aquí; tan lóbregas me resultan todas las cosas de la tierra. Me siento muy solitaria aquí, pues he visto una tierra mejor. ¡Ojalá tuviese alas de paloma! Echaría a volar para obtener descanso.
Cuando salí de aquella visión, todo me pareció cambiado. Todo lo que miraba era tétrico. ¡Cuán obscuro era el mundo para mí! Lloraba al verme aquí y sentía nostalgia. Había visto algo mejor, y ello arruinaba este mundo para mi. Relaté la visión a nuestro pequeño grupo de Portland, el cual creyó entonces que provenía de Dios. Fueron momentos en que sentimos el poder de Dios y el carácter solemne de la eternidad. Más o menos una semana después de esto el Señor me dio otra visión. Me mostró las pruebas por las que habría de pasar, y que debía ir y relatar a otros lo que él me había revelado, y también que tendría que arrostrar gran oposición y sufrir angustia en mi espíritu. Pero el ángel dijo: "Bástate la gracia de Dios; él te sostendrá."
Al salir de esta visión, me sentí sumamente conturbada. Estaba muy delicada de salud y sólo tenía 17 años. Sabia que muchos habían caído por el engreimiento, y que si me ensalzaba en algo, Dios me abandonaría, y sin duda alguna yo me perdería. Recurrí al Señor en oración y le rogué que pusiese la carga sobre otra persona. Me parecía que yo no podría llevarla. Estuve postrada sobre mi rostro mucho tiempo, y la única instrucción que pude recibir fue: "Comunica a otros lo que te he revelado."
En la siguiente visión que tuve, rogué fervorosamente al Señor que, si debía ir y relatar lo que me había mostrado, me guardase del ensalzamiento. Entonces me reveló que mi oración era contestada y que si me viese en peligro de engreírme, su mano se posaría sobre mi, y me vería aquejada de enfermedad. Dijo el ángel: "Si comunicas fielmente los 21 mensajes y perseveras hasta el fin, comerás del fruto del árbol de la vida y beberás del agua del río de vida."
Pronto se difundió que las visiones eran resultado del mesmerismo, y muchos adventistas estuvieron dispuestos a creerlo y a hacer circular el rumor. Un médico que era un célebre mesmerizador me dijo que mis visiones eran mesmerismo, que yo era un sujeto muy dócil y que él podía mesmerizarme y darme una visión. Le responda que el Señor me había mostrado en visión que el mesmerismo era del diablo, que provenía del abismo y que pronto volvería allí, junto con los que continuasen practicándolo. (Véase el Apéndice.) Le di permiso para mesmerizarme si podía. Lo probó durante más de media hora, recurriendo a diferentes operaciones, y finalmente renunció a la tentativa. Por la fe en Dios pude resistir su influencia, y ésta no me afectó en lo más mínimo.
Si tenía una visión en una reunión, muchos decían que era excitación y que alguien me mesmerizaba. Entonces me iba sola a los bosques, donde únicamente el ojo o el oído de Dios pudiese verme u oírme; me dirigía a él en oración y el a veces me daba una visión allí. Me regocijaba entonces, y contaba lo que Dios me había revelado a solas donde ningún mortal podía influir en mí. Pero algunos me dijeron que me mesmerizaba a mí misma. ¡Oh!-pensaba yo- ¿hemos llegado al punto en que los que acuden sinceramente a Dios a solas y confiando en sus promesas para obtener su salvación, pueden ser acusados de hallarse bajo la influencia corrupta y condenadora del mesmerismo? ¿Pedimos "pan" a nuestro bondadoso Padre celestial para recibir tan sólo una " piedra" o un "escorpión"? Estas cosas herían mi ánimo y torturaban mi alma con una intensa angustia, que era casi desesperación, mientras que muchos procuraban hacerme creer que no había Espíritu Santo y que todas las manifestaciones que habían experimentado los santos hombres de Dios no eran más que mesmerismo o engaños de Satanás.
En aquel tiempo había fanatismo en el estado de Maine. Algunos evitaban todo trabajo y despedían de la fraternidad a cuantos no querían aceptar sus opiniones al respecto, así como algunas otras cosas que ellos consideraban deberes religiosos. Dios me reveló esos errores en visión y me envió a sus hijos extraviados para que se los declarase; pero muchos de ellos rechazaron rotundamente el mensaje, y me acusaron de amoldarme al mundo. Por otro lado, los adventistas nominales me acusaron falsamente de fanatismo, y algunos, con impiedad me llamaban dirigente del fanatismo que en realidad yo estaba procurando corregir. (Véase el Apéndice.) Diferentes fechas fueron fijadas en repetidas ocasiones para la venida del Señor, y se insistió en que los hermanos las aceptasen; pero el Señor me mostró que todas pasarían, porque el tiempo de angustia debía transcurrir antes de la venida de Cristo, y que cada vez que se fijara una fecha y ésta transcurriera ello no podría sino debilitar la fe del pueblo de Dios. Por enseñar esto, se me acusó de acompañar al siervo malo que decía en su corazón: "Mi Señor tarda en venir."
Todas estas cosas abrumaban mi ánimo, y en la confusión me veía a veces tentada a dudar de mi propia experiencia. Mientras orábamos en la familia una mañana, el poder de Dios comenzó a descansar sobre mí, y cruzó por mi mente el pensamiento de que era mesmerismo, y lo resistí. Inmediatamente fui herida de mudez, y por algunos momentos perdí el sentido de cuanto me rodeaba. Vi entonces mi pecado al dudar del poder de Dios y que por ello me había quedado muda, pero que antes de 24 horas se desataría mi lengua. Se me mostró una tarjeta en que estaban escritos en letras de oro el capítulo y los versículos de cincuenta pasajes de la Escritura.* Después que salí de la visión, pedí por señas la pizarra y escribí en ella que estaba muda, también lo que había visto, y que deseaba la Biblia grande. Tomé la Biblia y rápidamente busqué todos los textos que había visto en la tarjeta. No pude hablar en todo el día. A la mañana siguiente temprano, llenóse mi alma de gozo, se desató mi lengua y prorrumpí en grandes alabanzas a Dios. Después de esto ya no me atreví a dudar ni a resistir por un momento al poder de Dios, pensaran los demás lo que pensaran.
En 1846, mientras estaba en Fairhaven, Massachusetts, mi hermana (quien solía acompañarme en aquel entonces), la Hna. A., el Hno. G. y yo misma subimos en un barco a vela para ir a visitar a una familia en la isla del Oeste. Era casi de noche cuando partimos. Apenas habíamos recorrido una corta distancia cuando se levantó una tempestad repentina. Había truenos y rayos, y la lluvia caía sobre nosotros a torrentes. Resultaba claro que nos íbamos a perder, a menos que Dios nos librase.
Me arrodillé en el barco y comencé a clamar a Dios que nos salvase. Allí, sobre las olas tumultuosas, mientras el agua pasaba por encima del puente sobre nosotros, fuí arrebatada en visión y vi que antes que pereciéramos se secaría toda gota del océano, pues mi obra estaba tan sólo en su comienzo. Cuando salí de la visión, todos mis temores se habían disipado, cantamos y alabamos a Dios y aquel barquito vino a ser para nosotros un Betel flotante. El redactor del Advent Herald había dicho que, por cuanto se sabia, mis visiones eran "el resultado de operaciones mesméricas." Pero, pregunto, ¿qué oportunidad había para realizar operaciones mesméricas en una ocasión como aquélla? El Hno. G. estaba más que ocupado en el manejo del barco. Procuró anclar, pero el ancla se deslizaba por el fondo. Nuestra embarcación era sacudida sobre las olas e impulsada por el viento, y era tanta la obscuridad que no podíamos ver desde un extremo del barco al otro. Pronto el ancla se afirmó, y el Hno. G. pidió auxilio. Había tan sólo dos casas en la isla, y resultó que estábamos cerca de una de ellas, pero no era aquella a la cual deseábamos ir. Toda la familia se había retirado a descansar, con excepción de una niñita que, providencialmente, oyó el pedido de auxilio lanzado sobre el agua. Su padre acudió pronto en nuestro socorro y, en un barquito, nos llevó a la orilla. Pasamos el resto de aquella noche agradeciendo a Dios y alabándole por su admirable bondad hacia nosotros.
Y ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo. Luc. 1:20.
Todo lo que tiene el Padre es mío, por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber. Juan 16:15.
Y fueron todos lleno del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. Hech. 2:4.
Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras, extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús. Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios. Hech. 4:29-31.
No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen. Pedid, y se os dará, buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijo, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas. Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Mat. 7:6-12, 15.
Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos. Mat. 24:24.
Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias. Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Col. 2:6-8.
No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma. Heb. 10:35-39.
Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia. Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Heb. 4:10-12.
Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo. . . . Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros o que esté ausente, oiga 26 de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio, y en nada intimidados por los que se oponen, que para ellos ciertamente es indicio de perdición, mas para vosotros de salvación; y esto de Dios. Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él. Fil. l: 6, 27-29.
Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo. Fil. 2:13-15.
Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos. Efe. 6.10-18.
Antes sed benignos unos con otros, Misericordiosos, perdonándoos unos a otros y como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Efe. 4:32.
Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro. 1 Ped. 1:22. 27
Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros. Juan 13:34, 35.
Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados? 2 Cor. 13:5.
Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. 1 Cor. 3:10-13.

Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Hech. 20:28-30.
Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema. Gál. 1:6-9.
Por tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas, a la luz se oirá; y lo que habéis hablado al oído en los aposentos, se proclamará en las azoteas. Mas os digo, amigos míos: No temáis a los 28 que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer. Pero os enseñaré a quién, debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste Temed. ¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados, No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos. Luc.12:3-7.
Porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden; y, en las manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra. Luc. 4:10, 11.
Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos. 2 Cor. 4:6-9.
Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. 2 Cor. 4:17, 18.
Que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo. 1 Ped. 1:5-7.
Porque ahora vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor. 1 Tes. 3:8. 29
Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán. Mar. 16:17, 18.
Sus padres respondieron y les dijeron: Sabemos que éste es nuestro hijo, y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos; o quién le haya abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos; edad tiene, preguntadle a él; él hablará por sí mismo. Esto dijeron sus padres, porque tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: Edad tiene, preguntadle a él. Entonces volvieron a llamar al hombre que había sido ciego, y le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es pecador. Entonces él respondió y dijo: Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo. Le volvieron a decir: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos ? El les respondió: Ya os lo he dicho, y no habéis querido oír; ¿Por qué lo queréis oír otra vez? ¿Queréis también vosotros haceros sus discípulos? Juan 9:20-27.
Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. Si me amáis, guardad mis mandamientos. Juan 14:13-15.
Si permanecéis en mi, y mis palabras permanecen en vosotros, Pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre , en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Juan 15:7, 8.
Pero había en la sinagoga de ellos un hombre con espíritu inmundo, que dio voces, diciendo: ¡Ah! ¿qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios. Pero Jesús le reprendió, diciendo: ¡Cállate, y sal de él! Mar. 1:23-25.
Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, 30 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. Rom. 8:38, 39.
Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre: Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre. He aquí, yo entrego de la sinagoga de Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten. He aquí, yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado. Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra. He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona. Al que Venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Apoc. 3:7-13.
Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero por doquiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero; y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios. Apoc. 14:4-5.
Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo. Fil. 3:20.
Por lo tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra,; aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca. Sant. 5:7, 8.
El cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas. Fil. 3:21.
Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada. Salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz aguda. Apoc. 14:14-17.
Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Heb. 4:9.
Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Apoc. 21:2.
Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil que tenían el nombre de él y el de su Padre, escrito en la frente. Apoc. 14:1.
Despues me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto, y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos. Apoc. 22:1-5. 32 P.E. 14-31

lunes, 28 de septiembre de 2009

MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO

A su venida los justos muertos resucitarán, y los justos que estuvieren aún vivos serán mudados. "No todos dormiremos -dice Pablo,- mas todos seremos mudados, en un momento, en un abrir de ojos, al sonar la última trompeta: porque sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos mudados. Porque es necesario que este cuerpo corruptible se revista de incorrupción, y que este cuerpo mortal se revista de inmortalidad." (1 Corintios 15: 51-53, V.M.) Y en 1 Tesalonicenses 4: 16, 17, después de describir la venida del Señor, dice: "Los muertos en Cristo se levantarán primero; luego, nosotros los vivientes, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos a las nubes, al encuentro del Señor, en el aire; y así estaremos siempre con el Señor."

El pueblo de Dios no puede recibir el reino antes que se realice el advenimiento personal de Cristo. El Señor había dicho: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria; y delante de él serán juntadas todas las naciones; y apartará a los hombres unos de otros, como el pastor aparta las ovejas de las cabras: y pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a la izquierda. Entonces dirá el Rey a los que estarán a su derecha: ¡ Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino destinado para vosotros desde la fundación del mundo! "(S. Mateo 25: 31 - 34, V.M.) Hemos visto por los pasajes que acabamos de citar que cuando venga el Hijo del hombre, los muertos serán resucitados incorruptibles, y que los vivos serán mudados. Este gran cambio los preparará para recibir el reino; pues San Pablo dice: "La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción." (1 Corintios 15: 50, V.M.) En su estado presente el hombre es mortal, corruptible; pero el reino de Dios será incorruptible y sempiterno. Por lo tanto, en su estado presente el hombre no puede entrar en el reino de Dios. Pero cuando venga Jesús, concederá la inmortalidad a su pueblo; y luego los llamará a poseer el reino, del que hasta aquí sólo han sido presuntos herederos.

El mismo Cristo los envió con el mensaje: "Se ha cumplido el tiempo, y se ha acercado el reino de Dios: arrepentíos, y creed el evangelio." (S. Marcos 1: 15, V.M.) El mensaje se fundaba en la profecía del capítulo noveno de Daniel. El ángel había declarado que las sesenta y nueve semanas alcanzarían "hasta el Mesías Príncipe," y con grandes esperanzas y gozo anticipado los discípulos anhelaban que se estableciera en Jerusalén el reino del Mesías que debía extenderse por toda la tierra.

Lo que los discípulos habían anunciado en nombre de su Señor, era exacto en todo sentido, y los acontecimientos predichos estaban realizándose en ese mismo momento. "Se ha cumplido el tiempo, y se ha acercado el reino de Dios," había sido el mensaje de ellos. Transcurrido "el tiempo" -las sesenta y nueve semanas del capítulo noveno de Daniel, que debían extenderse hasta el Mesías, "el Ungido"- Cristo había recibido la unción del Espíritu después de haber sido bautizado por Juan en el Jordán, y el "reino de Dios" que habían declarado estar próximo, fue establecido por la muerte de Cristo. Este reino no era un imperio terrenal como se les había enseñado a creer. No era tampoco el reino venidero e inmortal que se establecerá cuando "el reino, y el dominio, y el señorío de los reinos por debajo de todos los cielos, será dado al pueblo de los santos del Altísimo;" ese reino eterno en que "todos los dominios le servirán y le obedecerán a él." (Daniel 7: 27, V.M.) La expresión "reino de Dios," tal cual la emplea la Biblia, significa tanto el reino de la gracia como el de la gloria. El reino de la gracia es presentado por San Pablo en la Epístola a los Hebreos. Después de haber hablado de Cristo como del intercesor que puede "compadecerse de nuestras flaquezas," el apóstol dice: "Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia." (Hebreos 4: 16.) El trono de la gracia representa el reino de la gracia; pues la existencia de un trono envuelve la existencia de un reino. En muchas de sus parábolas, Cristo emplea la expresión, "el reino de los cielos," para designar la obra de la gracia divina en los corazones de los hombres.
Asimismo el trono de la gloria representa el reino de la gloria y es a este reino al que se refería el Salvador en las palabras: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria; y serán reunidas delante de él todas las gentes." (S. Mateo 25: 31, 32.)
Este reino está aún por venir. No quedará establecido sino en el segundo advenimiento de Cristo.
El reino de la gracia fue instituído inmediatamente después de la caída del hombre, cuando se ideó un plan para la redención de la raza culpable. Este reino existía entonces en el designio de Dios y por su promesa; y mediante la fe los hombres podían hacerse sus súbditos. Sin embargo, no fue establecido en realidad hasta la muerte de Cristo. Aun después de haber iniciado su misión terrenal, el Salvador, cansado de la obstinación e ingratitud de los hombres, habría podido retroceder ante el sacrificio del Calvario. En Getsemaní la copa del dolor le tembló en la mano. Aun entonces, hubiera podido enjugar el sudor de sangre de su frente y dejar que la raza culpable pereciese en su iniquidad. Si así lo hubiera hecho no habría habido redención para la humanidad caída. Pero cuando el Salvador hubo rendido la vida y exclamado en su último aliento: "Consumado es," entonces el cumplimiento del plan de la redención quedó asegurado. La promesa de salvación hecha a la pareja culpable en el Edén quedó ratificada. El reino de la gracia, que hasta entonces existiera por la promesa de Dios, quedó establecido.

Así, la muerte de Cristo -el acontecimiento mismo que los discípulos habían considerado como la ruina final de sus esperanzas- fue lo que las aseguró para siempre. Si bien es verdad que esa misma muerte fuera para ellos cruel desengaño, no dejaba de ser la prueba suprema de que su creencia había sido bien fundada. El acontecimiento que los había llenado de tristeza y desesperación, fue lo que abrió para todos los hijos de Adán la puerta de la esperanza, en la cual se concentraban la vida futura y la felicidad eterna de todos los fieles siervos de Dios en todas las edades.


El Señor dice: "Nunca jamás será mi pueblo avergonzado." (Joel 2: 26.) "Una noche podrá durar el lloro, mas a la mañana vendrá la alegría." (Salmo 30: 5, V.M.) Cuando en el día de su resurrección estos discípulos encontraron al Salvador, y sus corazones ardieron al escuchar sus palabras; cuando miraron su cabeza, sus manos y sus pies que habían sido heridos por ellos; cuando antes de su ascensión, Jesús les llevara hasta cerca de Betania y, levantando sus manos para bendecirlos, les dijera: "Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura," y agregara: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (S. Marcos 16:15; S. Mateo 28: 20); cuando en el día de Pentecostés descendió el Consolador prometido, y por el poder de lo alto que les fue dado las almas de los creyentes se estremecieron con el sentimiento de la presencia de su Señor que ya había ascendido al cielo, -entonces, aunque la senda que seguían, como la que siguiera su Maestro, fuera la senda del sacrificio y del martirio, ¿habrían ellos acaso cambiado el ministerio del Evangelio de gracia, con la "corona de justicia" que habían de recibir a su venida, por la gloria de un trono mundano que había sido su esperanza en los comienzos de su discipulado? Aquel "que es poderoso para hacer infinitamente más de todo cuanto podemos pedir, y aun pensar," les había concedido con la participación en sus sufrimientos, la comunión de su gozo - el gozo de "llevar muchos hijos a la gloria," dicha indecible, "un peso eterno de gloria," al que, dice San Pablo, nuestra "ligera aflicción que no dura sino por un momento," no es "digna de ser comparada." C.S.

viernes, 28 de agosto de 2009

jueves, 20 de agosto de 2009

martes, 18 de agosto de 2009

martes, 11 de agosto de 2009

Corazones amigos en La Merced

Conferencias: Corazones Amigos en La Merced

jueves, 30 de julio de 2009

Jesús y Nicodemo

Juan 3:1:21
Y HABIA un hombre de los Fariseos que se llamaba Nicodemo, príncipe de los Judíos.
Este vino á Jesús de noche, y díjole: Rabbí, sabemos que has venido de Dios por maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no fuere Dios con él.
Respondió Jesús, y díjole: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios.
Dícele Nicodemo: ¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? ¿puede entrar otra vez en el vientre de su madre, y nacer?
Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.
Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.
No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer otra vez.
El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni á dónde vaya: así es todo aquel que es nacido del Espíritu.
Respondió Nicodemo, y díjole: ¿Cómo puede esto hacerse?
Respondió Jesús, y díjole: ¿Tú eres el maestro de Israel, y no sabes esto?
De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio.
Si os he dicho cosas terrenas, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?
Y nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo.
Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado;
Para que todo aquel que en él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna.
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado á su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
Porque no envió Dios á su Hijo al mundo, para que condene al mundo, mas para que el mundo sea salvo por él.
El que en él cree, no es condenado; mas el que no cree, ya es condenado, porque no creyó en el nombre del unigénito Hijo de Dios.
Y esta es la condenación: porque la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz; porque sus obras eran malas.
Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene á la luz, porque sus obras no sean redargüidas.
Mas el que obra verdad, viene á la luz, para que sus obras sean manifestadas que son hechas en Dios.

Dios te dice

martes, 28 de julio de 2009

Hus y Jerónimo en el Conflicto de los siglos




LA SEMILLA del Evangelio había sido sembrada en Bohemia desde el siglo noveno; la Biblia había sido traducida, y el culto público celebrábase en el idioma del pueblo; pero conforme iba aumentando el poder papal, obscurecíase también la Palabra de Dios. Gregorio VII, que se había propuesto humillar el orgullo de los reyes, no estaba menos resuelto a esclavizar al pueblo, y con tal fin expidió una bula para prohibir que se celebrasen cultos públicos en lengua bohemia. El papa declaró que "Dios se complacía en que se le rindiese culto en lengua desconocida y que el haber desatendido esta disposición había sido causa de muchos males y herejías." (Wylie, lib. 3, cap. I.) Así decretó Roma que la luz de la Palabra de Dios fuera extinguida y que el pueblo quedara encerrado en las tinieblas; pero el Cielo había provisto otros agentes para la preservación de la iglesia. Muchos valdenses y albigenses, expulsados de sus hogares por la persecución, salieron de Francia e Italia y fueron a establecerse en Bohemia. Aunque no se atrevían a enseñar abiertamente, trabajaron celosamente en secreto, y así se mantuvo la fe de siglo en siglo.
Antes de los tiempos de Hus hubo en Bohemia hombres que se levantaron para condenar abiertamente la corrupción de la iglesia y el libertinaje de las masas. Sus trabajos despertaron interés general y también los temores del clero, el cual inició una encarnizada persecución contra aquellos discípulos del Evangelio. Obligados a celebrar el culto en los bosques y en las montañas, los soldados los cazaban y mataron a muchos de ellos. Transcurrido cierto tiempo, se decretó que todos los que abandonasen el romanismo morirían en la hoguera. Pero aun mientras que los cristianos sacrificaban sus vidas, esperaban el triunfo de su causa. Uno de los que "enseñaban que la salvación se alcanzaba sólo por la fe en el Salvador crucificado," pronunció al morir estas palabras: "El furor de los enemigos de la verdad prevalece ahora contra nosotros, pero no será siempre así, pues de entre el pueblo ha de levantarse uno, sin espada ni signo de autoridad, contra el cual ellos nada podrán hacer."- Ibid., lib. 3, cap. I. Lejos estaba aún el tiempo de Lutero; pero ya empezaba a darse a conocer un hombre cuyo testimonio contra Roma conmovería a las naciones.
Juan Hus era de humilde cuna y había perdido a su padre en temprana edad. Su piadosa madre, considerando la educación y el temor de Dios como la más valiosa hacienda, procuró asegurársela a su hijo. Hus estudió en la escuela de la provincia y pasó después a la universidad de Praga donde fue admitido por caridad. En su viaje a la ciudad de Praga fue acompañado por su madre, que, siendo viuda y pobre, no pudo dotar a su hijo con bienes materiales, pero cuando llegaron a las inmediaciones de la gran ciudad se arrodilló al lado de su hijo y pidió para él la bendición de su Padre celestial. Muy poco se figuraba aquella madre de qué modo iba a ser atendida su plegaria.
En la universidad se distinguió Hus por su aplicación, su constancia en el estudio y sus rápidos progresos, al par que su conducta intachable y sus afables y simpáticos modales le granjearon general estimación. Era un sincero creyente de la iglesia romana y deseaba ardientemente recibir las bendiciones espirituales que aquélla profesa conceder. Con motivo de un jubileo, fue él a confesarse, dio a la iglesia las pocas monedas que llevaba y se unió a las procesiones para poder participar de la absolución prometida. Terminado su curso de estudios, ingresó en el sacerdocio, y como lograra en poco tiempo darse a conocer, no tardó en ser elegido para prestar sus servicios en la corte del rey. Fue también nombrado catedrático y posteriormente rector de la universidad donde recibiera su educación. En pocos años el humilde estudiante que fuera admitido por caridad en las aulas llegó a ser el orgullo de su país y a adquirir fama en toda Europa.
Mas otro fue el campo en donde Hus principió a trabajar en busca de reformas. Algunos años después de haber recibido las órdenes sacerdotales, fue elegido predicador de la capilla llamada de Belén. El fundador de ésta había abogado, por considerarlo asunto de gran importancia, en favor de la predicación de las Santas Escrituras en el idioma del pueblo. No obstante la oposición de Roma, esta práctica no había desaparecido del todo de Bohemia. Sin embargo, era mucha la ignorancia respecto a la Biblia, y los peores vicios reinaban en todas las clases de la sociedad. Hus denunció sin reparo estos males apelando a la Palabra de Dios para reforzar los principios de verdad y de pureza que procuraba inculcar.
Un vecino de Praga, Jerónimo, que con ulterioridad iba a colaborar tan estrechamente con Hus, trajo consigo, al regresar de Inglaterra, los escritos de Wiclef. La reina de Inglaterra, que se había convertido a las enseñanzas de éste, era una princesa bohemia, y por medio de su influencia las obras del reformador obtuvieron gran circulación en su tierra natal. Hus leyó estas obras con interés; tuvo a su autor por cristiano sincero y se sintió movido a mirar con simpatía las reformas que él proponía. Aunque sin darse cuenta, Hus había entrado ya en un sendero que había de alejarle de Roma.
Por aquel entonces llegaron a Praga dos extranjeros procedentes de Inglaterra, hombres instruídos que habían recibido la luz del Evangelio y venían a esparcirla en aquellas apartadas regiones. Comenzaron por atacar públicamente la supremacía del papa, pero pronto las autoridades les obligaron a guardar silencio; no obstante, como no quisieran abandonar su propósito, recurrieron a otros medios para realizarlo. Eran artistas a la vez que predicadores y pusieron en juego sus habilidades. En una plaza pública dibujaron dos cuadros que representaban, uno la entrada de Cristo en Jerusalén, "manso y sentado sobre un asno" (S. Mateo 21: 5, V.M.), y seguido por sus discípulos vestidos con túnicas ajadas por las asperezas del camino y descalzos; el otro representaba una procesión pontifical, en la cual se veía al papa adornado con sus ricas vestiduras y con su triple corona, montado en un caballo magníficamente enjaezado, precedido por clarines y seguido por cardenales y prelados que ostentaban deslumbrantes galas.
Encerraban estos cuadros todo un sermón que cautivaba la atención de todas las clases sociales. Las multitudes acudían a mirarlos. Ninguno dejaba de sacar la moraleja y muchos quedaban hondamente impresionados por el contraste que resultaba entre la mansedumbre de Cristo, el Maestro, y el orgullo y la arrogancia del papa que profesaba servirle. Praga se conmovió mucho y, después de algún tiempo, los extranjeros tuvieron que marcharse para ponerse en salvo. Pero la lección que habían dado no dejó de ser aprovechada. Los cuadros hicieron impresión en Hus y le indujeron a estudiar con más empeño la Biblia y los escritos de Wiclef. Aunque todavía no estaba convenientemente preparado para aceptar todas las reformas recomendadas por Wiclef, alcanzó a darse mejor cuenta del verdadero carácter del papado y con mayor celo denunció el orgullo, la ambición y la corrupción del clero.
De Bohemia extendióse la luz hasta Alemania. Algunos disturbios en la universidad de Praga dieron por resultado la separación de centenares de estudiantes alemanes, muchos de los cuales habían recibido de Hus su primer conocimiento de la Biblia, y a su regreso esparcieron el Evangelio en la tierra de sus padres.
Las noticias de la obra hecha en Praga llegaron a Roma y pronto fue citado Hus a comparecer ante el papa. Obedecer habría sido exponerse a una muerte segura. El rey y la reina de Bohemia, la universidad, miembros de la nobleza y altos dignatarios dirigieron una solicitud general al pontífice para que le fuera permitido a Hus permanecer en Praga y contestar a Roma por medio de una diputación. En lugar de acceder a la súplica, el papa procedió a juzgar y condenar a Hus, y, por añadidura, declaró a la ciudad de Praga en entredicho.
En aquellos tiempos, siempre que se pronunciaba tal sentencia, la alarma era general. Las ceremonias que la acompañaban estaban bien calculadas para producir terror entre el pueblo, que veía en el papa el representante de Dios mismo, y el que tenía las llaves del cielo y del infierno y el poder para invocar juicios temporales lo mismo que espirituales. Creían que las puertas del cielo se cerraban contra los lugares condenados por el entredicho y que entretanto que el papa no se dignaba levantar la excomunión, los difuntos no podían entrar en la mansión de los bienaventurados. En señal de tan terrible calamidad se suspendían todos los servicios religiosos, las iglesias eran clausuradas, las ceremonias del matrimonio se verificaban en los cementerios; a los muertos se les negaba sepultura en los camposantos, y se los enterraba sin ceremonia alguna en las zanjas o en el campo. Así pues, valiéndose de medios que influían en la imaginación, procuraba Roma dominar la conciencia de los hombres.
La ciudad de Praga se amotinó. Muchos opinaron que Hus tenía la culpa de todas estas calamidades y exigieron que fuese entregado a la vindicta de Roma. Para que se calmara la tempestad, el reformador se retiró por algún tiempo a su pueblo natal. Escribió a los amigos que había dejado en Praga: "Si me he retirado de entre vosotros es para seguir los preceptos y el ejemplo de Jesucristo, para no dar lugar a que los mal intencionados se expongan a su propia condenación eterna y para no ser causa de que se moleste y persiga a los piadosos. Me he retirado, además, por temor de que los impíos sacerdotes prolonguen su prohibición de que se predique la Palabra de Dios entre vosotros; mas no os he dejado para negar la verdad divina por la cual, con la ayuda de Dios, estoy pronto a morir."- E. de Bonnechose, Les Réformateurs avant la Réforme, lib. I, págs. 94, 95 (París, 1845). Hus no cesó de trabajar; viajó por los países vecinos predicando a las muchedumbres que le escuchaban con ansia. De modo que las medidas de que se valiera el papa para suprimir el Evangelio, hicieron que se extendiera en más amplia esfera. "Nada podemos hacer contra la verdad, sino a favor de la verdad." (2 Corintios 13: 8, V.M.)
"El espíritu de Hus parece haber sido en aquella época de su vida el escenario de un doloroso conflicto. Aunque la iglesia trataba de aniquilarle lanzando sus rayos contra él, él no desconocía la autoridad de ella, sino que seguía considerando a la iglesia católica romana como a la esposa de Cristo y al papa como al representante y vicario de Dios. Lo que Hus combatía era el abuso de autoridad y no la autoridad misma. Esto provocó un terrible conflicto entre las convicciones más íntimas de su corazón y los dictados de su conciencia. Si la autoridad era justa e infalible como él la creía, ¿por qué se sentía obligado a desobedecerla? Acatarla, era pecar; pero, ¿por qué se sentía obligado a pecar si prestaba obediencia a una iglesia infalible? Este era el problema que Hus no podía resolver, y la duda le torturaba hora tras hora. La solución que por entonces le parecía más plausible era que había vuelto a suceder lo que había sucedido en los días del Salvador, a saber, que los sacerdotes de la iglesia se habían convertido en impíos que usaban de su autoridad legal con fines inicuos. Esto le decidió a adoptar para su propio gobierno y para el de aquellos a quienes siguiera predicando, la máxima aquella de que los preceptos de la Santas Escrituras transmitidos por el entendimiento han de dirigir la conciencia, o en otras palabras, que Dios hablando en la Biblia, y no la iglesia hablando por medio de los sacerdotes, era el único guía infalible."- Wylie, lib. 3, cap. 3.
Cuando, transcurrido algún tiempo, se hubo calmado la excitación en Praga, volvió Hus a su capilla de Belén para reanudar, con mayor valor y celo, la predicación de la Palabra de Dios. Sus enemigos eran activos y poderosos, pero la reina y muchos de los nobles eran amigos suyos y gran parte del pueblo estaba de su lado. Comparando sus enseñanzas puras y elevadas y la santidad de su vida con los dogmas degradantes que predicaban los romanistas y con la avaricia y el libertinaje en que vivían, muchos consideraban que era un honor pertenecer al partido del reformador.
Hasta aquí Hus había estado solo en sus labores, pero entonces Jerónimo, que durante su estada en Inglaterra había hecho suyas las doctrinas enseñadas por Wiclef, se unió con él en la obra de reforma. Desde aquel momento ambos anduvieron juntos y ni la muerte había de separarlos.
Jerónimo poseía en alto grado lucidez genial, elocuencia e ilustración, y estos dones le conquistaban el favor popular, pero en las cualidades que constituyen verdadera fuerza de carácter, sobresalía Hus. El juicio sereno de éste restringía el espíritu impulsivo de Jerónimo, el cual reconocía con verdadera humildad el valer de su compañero y aceptaba sus consejos. Mediante los esfuerzos unidos de ambos la reforma progresó con mayor rapidez.
Si bien es verdad que Dios se dignó iluminar a estos sus siervos derramando sobre ellos raudales de luz que les revelaron muchos de los errores de Roma, también lo es que ellos no recibieron toda la luz que debía ser comunicada al mundo. Por medio de estos hombres, Dios sacaba a sus hijos de las tinieblas del romanismo; pero tenían que arrostrar muchos y muy grandes obstáculos, y él los conducía por la mano paso a paso según lo permitían las fuerzas de ellos. No estaban preparados para recibir de pronto la luz en su plenitud. Ella los habría hecho retroceder como habrían retrocedido, con la vista herida, los que, acostumbrados a la obscuridad, recibieran la luz del mediodía. Por consiguiente, Dios reveló su luz a los guías de su pueblo poco a poco, como podía recibirla este último. De siglo en siglo otros fieles obreros seguirían conduciendo a las masas y avanzando más cada vez en el camino de las reformas.

Mientras tanto, un gran cisma asolaba a la iglesia. Tres papas se disputaban la supremacía, y esta contienda llenaba los dominios de la cristiandad de crímenes y revueltas. No satisfechos los tres papas con arrojarse recíprocamente violentos anatemas, decidieron recurrir a las armas temporales. Cada uno se propuso hacer acopio de armamentos y reclutar soldados. Por supuesto, necesitaban dinero, y para proporcionárselo, todos los dones, oficios y beneficios de la iglesia fueron puestos en venta. (Véase el Apéndice.) Asimismo los sacerdotes, imitando a sus superiores, apelaron a la simonía y a la guerra para humillar a sus rivales y para aumentar su poderío. Con una intrepidez que iba cada día en aumento, protestó Hus enérgicamente contra las abominaciones que se toleraban en nombre de la religión, y el pueblo acusó abiertamente a los jefes papales de ser causantes de las miserias que oprimían a la cristiandad.
La ciudad de Praga se vio nuevamente amenazada por un conflicto sangriento. Como en los tiempos antiguos, el siervo de Dios fue acusado de ser el "perturbador de Israel." (1 Reyes 18:17, V. M.) La ciudad fue puesta por segunda vez en entredicho, y Hus se retiró a su pueblo natal. Terminó el testimonio que había dado él tan fielmente en su querida capilla de Belén, y ahora iba a hablar al mundo cristiano desde un escenario más extenso antes de rendir su vida como último homenaje a la verdad.
Con el propósito de contener los males que asolaban a Europa, fue convocado un concilio general que debía celebrarse en Constanza. Esta cita fue preparada, a solicitud del emperador Segismundo, por Juan XXIII, uno de los tres papas rivales. El deseo de reunir un concilio distaba mucho de ser del agrado del papa Juan, cuyo carácter y política poco se prestaban a una investigación aun cuando ésta fuera hecha por prelados de tan escasa moralidad como lo eran los eclesiásticos de aquellos tiempos. Pero no pudo, sin embargo, oponerse a la voluntad de Segismundo. (Véase el Apéndice.)
Los fines principales que debía procurar el concilio eran poner fin al cisma de la iglesia y arrancar de raíz la herejía. En consecuencia los dos antipapas fueron citados a comparecer ante la asamblea, y con ellos Juan Hus, el principal propagador de las nuevas ideas. Los dos primeros, considerando que había peligro en presentarse, no lo hicieron, sino que mandaron sus delegados. El papa Juan, aun cuando era quien ostensiblemente había convocado el concilio, acudió con mucho recelo, sospechando la intención secreta del emperador de destituirle, y temiendo ser llamado a cuentas por los vicios con que había desprestigiado la tiara y por los crímenes de que se había valido para apoderarse de ella. Sin embargo, hizo su entrada en la ciudad de Constanza con gran pompa, acompañado de los eclesiásticos de más alta categoría y de un séquito de cortesanos. El clero y los dignatarios de la ciudad, con un gentío inmenso, salieron a recibirle. Venía debajo de un dosel dorado sostenido por cuatro de los principales magistrados. La hostia iba delante de él, y las ricas vestiduras de los cardenales daban un aspecto imponente a la procesión.
Entre tanto, otro viajero se acercaba a Constanza. Hus se daba cuenta del riesgo que corría. Se había despedido de sus amigos como si ya no pensara volverlos a ver, y había emprendido el viaje presintiendo que remataría en la hoguera. A pesar de haber obtenido un salvoconducto del rey de Bohemia, y otro que, estando ya en camino, recibió del emperador Segismundo, arregló bien todos sus asuntos en previsión de su muerte probable.
En una carta dirigida a sus amigos de Praga, les decía: "Hermanos míos . . . me voy llevando un salvoconducto del rey para hacer frente a mis numerosos y mortales enemigos. . . . Me encomiendo de todo corazón al Dios todopoderoso, mi Salvador; confío en que él escuchará vuestras ardientes súplicas; que pondrá su prudencia y su sabiduría en mi boca para que yo pueda resistir a los adversarios, y que me asistirá el Espíritu Santo para confirmarme en la verdad, a fin de que pueda arrostrar con valor las tentaciones, la cárcel y si fuese necesario, una muerte cruel. Jesucristo sufrió por sus muy amados, y, por tanto ¿habremos de extrañar que nos haya 113 dejado su ejemplo a fin de que suframos con paciencia todas las cosas para nuestra propia salvación? El es Dios y nosotros somos sus criaturas; él es el Señor y nosotros sus siervos; él es el Dueño del mundo y nosotros somos viles mortales, ¡y sin embargo sufrió! ¿Por qué, entonces, no habríamos de padecer nosotros también, y más cuando sabemos que la tribulación purifica? Por lo tanto, amados míos, si mi muerte ha de contribuir a su gloria, rogad que ella venga pronto y que él me dé fuerzas para soportar con serenidad todas las calamidades que me esperan. Empero, si es mejor que yo regrese para vivir otra vez entre vosotros, pidamos a Dios que yo vuelva sin mancha, es decir, que no suprima un tilde de la verdad del Evangelio, para poder dejar a mis hermanos un buen ejemplo que imitar. Es muy probable que nunca más volváis a ver mi cara en Praga; pero si fuese la voluntad del Dios todopoderoso traerme de nuevo a vosotros, avanzaremos con un corazón más firme en el conocimiento y en el amor de su ley."- Bonnechose, lib. 2, págs. 162, 163.
En otra carta que escribió a un sacerdote que se había convertido al Evangelio, Hus habló con profunda humildad de sus propios errores, acusándose "de haber sido afecto a llevar hermosos trajes y de haber perdido mucho tiempo en cosas frívolas." Añadía después estas conmovedoras amonestaciones: "Que tu espíritu se preocupe de la gloria de Dios y de la salvación de las almas y no de las comodidades y bienes temporales. Cuida de no adornar tu casa más que tu alma; y sobre todo cuida del edificio espiritual. Sé humilde y piadoso con los pobres; no gastes tu hacienda en banquetes; si no te perfeccionas y no te abstienes de superfluidades temo que seas severamente castigado, como yo lo soy. . . . Conoces mi doctrina porque de ella te he instruido desde que eras niño; es inútil, pues, que te escriba más. Pero te ruego encarecidamente, por la misericordia de nuestro Señor, que no me imites en ninguna de las vanidades en que me has visto caer." En la cubierta de la carta, añadió: "Te ruego mucho, amigo mío, 114 que no rompas este sello sino cuando tengas la seguridad de que yo haya muerto."- Id., págs. 163, 164.
En el curso de su viaje vio Hus por todas partes señales de la propagación de sus doctrinas y de la buena acogida de que gozaba su causa. Las gentes se agolpaban para ir a su encuentro, y en algunos pueblos le acompañaban los magistrados por las calles.
Al llegar a Constanza, Hus fue dejado en completa libertad. Además del salvoconducto del emperador, se le dio una garantía personal que le aseguraba la protección del papa. Pero esas solemnes y repetidas promesas de seguridad fueron violadas, y pronto el reformador fue arrestado por orden del pontífice y de los cardenales, y encerrado en un inmundo calabozo. Más tarde fue transferido a un castillo feudal, al otro lado del Rin, donde se le tuvo preso. Pero el papa sacó poco provecho de su perfidia, pues fue luego encerrado en la misma cárcel. (Id., pág. 269.) Se le probó ante el concilio que, además de homicidios, simonía y adulterio, era culpable de los delitos más viles, "pecados que no se pueden mencionar." Así declaro el mismo concilio y finalmente se le despojó de la tiara y se le arrojó en un calabozo. Los antipapas fueron destituídos también y un nuevo pontífice fue elegido.
Aunque el mismo papa se había hecho culpable de crímenes mayores que aquellos de que Hus había acusado a los sacerdotes, y por los cuales exigía que se hiciese una reforma, con todo, el mismo concilio que degradara al pontífice, procedió a concluir con el reformador. El encarcelamiento de Hus despertó grande indignación en Bohemia. Algunos nobles poderosos se dirigieron al concilio protestando contra tamaño ultraje. El emperador, que de mala gana había consentido en que se violase su salvoconducto, se opuso a que se procediera contra él. Pero los enemigos del reformador eran malévolos y resueltos. Apelaron a las preocupaciones del emperador, a sus temores y a su celo por la iglesia. Le presentaron argumentos muy poderosos para convencerle de que "no había que 115 guardar la palabra empeñada con herejes, ni con personas sospechosas de herejía, aun cuando estuvieran provistas de salvoconductos del emperador y de reyes."-Jacques Lenfant, "Histoire du Concile de Constance," tomo I, pág. 493 (Amsterdam, 1727). De ese modo se salieron con la suya.
Debilitado por la enfermedad y por el encierro, pues el aire húmedo y sucio del calabozo le ocasionó una fiebre que estuvo a punto de llevarle al sepulcro, Hus fue al fin llevado ante el concilio. Cargado de cadenas se presentó ante el emperador que empeñara su honor y buena fe en protegerle. Durante todo el largo proceso sostuvo Hus la verdad con firmeza, y en presencia de los dignatarios de la iglesia y del estado allí reunidos elevó una enérgica y solemne protesta contra la corrupción del clero. Cuando se le exigió que escogiese entre retractarse o sufrir la muerte, eligió la suerte de los mártires.
El Señor le sostuvo con su gracia. Durante las semanas de padecimientos que sufrió antes de su muerte, la paz del cielo inundó su alma. "Escribo esta carta -decía a un amigo- en la cárcel, y con la mano encadenada, esperando que se cumpla mañana mi sentencia de muerte. . . . En el día aquél en que por la gracia del Señor nos encontremos otra vez gozando de la paz deliciosa de ultratumba, sabrás cuán misericordioso ha sido Dios conmigo y de qué modo tan admirable me ha sostenido en medio de mis pruebas y tentaciones."- Bonnechose, lib. 3, pág. 74.
En la obscuridad de su calabozo previó el triunfo de la fe verdadera. Volviendo en sueños a su capilla de Praga donde había predicado el Evangelio, vio al papa y a sus obispos borrando los cuadros de Cristo que él había pintado en sus paredes. "Este sueño le aflige; pero el día siguiente ve muchos pintores ocupados en restablecer las imágenes en mayor número y colores más brillantes. Concluido este trabajo, los pintores, rodeados de un gentío inmenso, exclaman: ' ¡Que vengan ahora papas y obispos! ya no las borrarán jamás.' " Al referir el reformador su sueño añadió: "Tengo por cierto, 116 que la imagen de Cristo no será borrada jamás. Ellos han querido destruirla; pero será nuevamente pintada en los corazones, por unos predicadores que valdrán más que yo."- D'Aubigné, lib. 1, cap. 7.
Por última vez fue llevado Hus ante el concilio. Era ésta una asamblea numerosa y deslumbradora: el emperador, los príncipes del imperio, delegados reales, cardenales, obispos y sacerdotes, y una inmensa multitud de personas que habían acudido a presenciar los acontecimientos del día. De todas partes de la cristiandad se habían reunido los testigos de este gran sacrificio, el primero en la larga lucha entablada para asegurar la libertad de conciencia.
Instado Hus para que manifestara su decisión final, declaró que se negaba a abjurar, y fijando su penetrante mirada en el monarca que tan vergonzosamente violara la palabra empeñada, dijo: "Resolví, de mi propia y espontánea libertad, comparecer ante este concilio, bajo la fe y la protección pública del emperador aquí presente."- Bonnechose, lib. 3, pág. 94. El bochorno se le subió a la cara al monarca Segismundo al fijarse en él las miradas de todos los circunstantes.
Habiendo sido pronunciada la sentencia, se dio principio a la ceremonia de la degradación. Los obispos vistieron a su prisionero el hábito sacerdotal, y al recibir éste la vestidura dijo: "A nuestro Señor Jesucristo se le vistió con una túnica blanca con el fin de insultarle, cuando Herodes le envió a Pilato."- Id., págs. 95, 96. Habiéndosele exhortado otra vez a que se retractara, replicó mirando al pueblo: "Y entonces, ¿con qué cara me presentaría en el cielo? ¿cómo miraría a las multitudes de hombres a quienes he predicado el Evangelio puro? No; estimo su salvación más que este pobre cuerpo destinado ya a morir." Las vestiduras le fueron quitadas una por una, pronunciando cada obispo una maldición cuando le tocaba tomar parte en la ceremonia. Por último, "colocaron sobre su cabeza una gorra o mitra de papel en forma de pirámide, en la que estaban pintadas horribles figuras de 117 demonios, y en cuyo frente se destacaba esta inscripción: 'El archihereje.' 'Con gozo -dijo Hus- llevaré por ti esta corona de oprobio, oh Jesús, que llevaste por mí una de espinas." Acto continuo, "los prelados dijeron: 'Ahora dedicamos tu alma al diablo.' 'Y yo -dijo Hus, levantando sus ojos al cielo- en tus manos encomiendo mi espíritu, oh Señor Jesús, porque tú me redimiste.' "-Wylie, lib. 3, cap. 7.
Fue luego entregado a las autoridades seculares y conducido al lugar de la ejecución. Iba seguido por inmensa procesión formada por centenares de hombres armados, sacerdotes y obispos que lucían sus ricas vestiduras, y por el pueblo de Constanza. Cuando lo sujetaron a la estaca y todo estuvo dispuesto para encender la hoguera, se instó una vez más al mártir a que se salvara retractándose de sus errores. "¿ A cuáles errores -dijo Hus- debo renunciar? De ninguno me encuentro culpable. Tomo a Dios por testigo de que todo lo que he escrito y predicado ha sido con el fin de rescatar a las almas del pecado y de la perdición; y, por consiguiente, con el mayor gozo confirmaré con mi sangre aquella verdad que he anunciado por escrito y de viva voz."-Ibid. Cuando las llamas comenzaron a arder en torno suyo, principió a cantar: "Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí," y continuó hasta que su voz enmudeció para siempre.
Sus mismos enemigos se conmovieron frente a tan heroica conducta. Un celoso partidario del papa, al referir el martirio de Hus y de Jerónimo que murió poco después, dijo: "Ambos se portaron como valientes al aproximarse su última hora. Se prepararon para ir a la hoguera como se hubieran preparado para ir a una boda; no dejaron oír un grito de dolor. Cuando subieron las llamas, entonaron himnos y apenas podía la vehemencia del fuego acallar sus cantos."- Ibid.
Cuando el cuerpo de Hus fue consumido por completo, recogieron sus cenizas, las mezclaron con la tierra donde yacían y las arrojaron al Rin, que las llevó hasta el océano. Sus perseguidores se figuraban en vano que habían arrancado 118 de raíz las verdades que predicara. No soñaron que las cenizas que echaban al mar eran como semilla esparcida en todos los países del mundo, y que en tierras aún desconocidas darían mucho fruto en testimonio por la verdad. La voz que había hablado en la sala del concilio de Constanza había despertado ecos que resonarían al través de las edades futuras. Hus ya no existía, pero las verdades por las cuales había muerto no podían perecer. Su ejemplo de fe y perseverancia iba a animar a las muchedumbres a mantenerse firmes por la verdad frente al tormento y a la muerte. Su ejecución puso de manifiesto ante el mundo entero la pérfida crueldad de Roma. Los enemigos de la verdad, aunque sin saberlo, no hacían más que fomentar la causa que en vano procuraban aniquilar.
Una estaca más iba a levantarse en Constanza. La sangre de otro mártir iba a testificar por la misma verdad. Jerónimo al decir adiós a Hus, cuando éste partiera para el concilio, le exhortó a ser valiente y firme, declarándole que si caía en algún peligro él mismo volaría en su auxilio. Al saber que el reformador se hallaba encarcelado, el fiel discípulo se dispuso inmediatamente a cumplir su promesa. Salió para Constanza con un solo compañero y sin proveerse de salvoconducto. Al llegar a la ciudad, se convenció de que sólo se había expuesto al peligro, sin que le fuera posible hacer nada para libertar a Hus. Huyó entonces pero fue arrestado en el camino y devuelto a la ciudad cargado de cadenas, bajo la custodia de una compañía de soldados. En su primera comparecencia ante el concilio, sus esfuerzos para contestar los cargos que le arrojaban se malograban entre los gritos: "¡A la hoguera con él! ¡A las llamas!"- Bonnechose, lib. 2, pág. 256. Fue arrojado en un calabozo, lo encadenaron en una postura muy penosa y lo tuvieron a pan y agua. Después de algunos meses, las crueldades de su prisión causaron a Jerónimo una enfermedad que puso en peligro su vida, y sus enemigos, temiendo que se les escapase, le trataron con menos severidad aunque dejándole en la cárcel por un año. 119
La muerte de Hus no tuvo el resultado que esperaban los papistas. La violación del salvoconducto que le había sido dado al reformador, levantó una tempestad de indignación, y como medio más seguro, el concilio resolvió que en vez de quemar a Jerónimo se le obligaría, si posible fuese, a retractarse. Fue llevado ante el concilio y se le instó para que escogiera entre la retractación o la muerte en la hoguera. Haberle dado muerte al principio de su encarcelamiento hubiera sido un acto de misericordia en comparación con los terribles sufrimientos a que le sometieron; pero después de esto, debilitado por su enfermedad y por los rigores de su prisión, detenido en aquellas mazmorras y sufriendo torturas y angustias, separado de sus amigos y herido en el alma por la muerte de Hus, el ánimo de Jerónimo decayó y consintió en someterse al concilio. Se comprometió a adherirse a la fe católica y aceptó el auto de la asamblea que condenaba las doctrinas de Wiclef y de Hus, exceptuando, sin embargo, las "santas verdades" que ellos enseñaron.-Id., lib. 3, pág. 156.
Por medio de semejante expediente Jerónimo trató de acallar la voz de su conciencia y librarse de la condena; pero, vuelto al calabozo, a solas consigo mismo percibió la magnitud de su acto. Comparó el valor y la fidelidad de Hus con su propia retractación. Pensó en el divino Maestro a quien él se había propuesto servir y que por causa suya sufrió la muerte en la cruz. Antes de su retractación había hallado consuelo en medio de sus sufrimientos, seguro del favor de Dios; pero ahora, el remordimiento y la duda torturaban su alma. Harto sabía que tendría que hacer otras retractaciones para vivir en paz con Roma. El sendero que empezaba a recorrer le llevaría infaliblemente a una completa apostasía. Resolvió no volver a negar al Señor para librarse de un breve plazo de padecimientos.
Pronto fue llevado otra vez ante el concilio, pues sus declaraciones no habían dejado satisfechos a los jueces. La sed de sangre despertada por la muerte de Hus, reclamaba nuevas 120 víctimas. Sólo la completa abjuración podía salvar de la muerte al reformador. Pero éste había resuelto confesar su fe y seguir hasta la hoguera a su hermano mártir.
Desvirtuó su anterior retractación, y a punto de morir, exigió que se le diera oportunidad para defenderse. Temiendo los prelados el efecto de sus palabras, insistieron en que él se limitara a afirmar o negar lo bien fundado de los cargos que se le hacían. Jerónimo protestó contra tamaña crueldad e injusticia. "Me habéis tenido encerrado -dijo,- durante trescientos cuarenta días, en una prisión horrible, en medio de inmundicias, en un sitio malsano y pestilente, y falto de todo en absoluto. Me traéis hoy ante vuestra presencia y tras de haber prestado oídos a mis acérrimos enemigos, os negáis a oírme. . . . Si en verdad sois sabios, y si sois la luz del mundo, cuidaos de pecar contra la justicia. En cuanto a mí, no soy más que un débil mortal; mi vida es de poca importancia, y cuando os exhorto a no dar una sentencia injusta, hablo más por vosotros que por mí." -Id., págs. 162, 163.
En otra carta que escribió a un sacerdote que se había convertido al Evangelio, Hus habló con profunda humildad de sus propios errores, acusándose "de haber sido afecto a llevar hermosos trajes y de haber perdido mucho tiempo en cosas frívolas." Añadía después estas conmovedoras amonestaciones: "Que tu espíritu se preocupe de la gloria de Dios y de la salvación de las almas y no de las comodidades y bienes temporales. Cuida de no adornar tu casa más que tu alma; y sobre todo cuida del edificio espiritual. Sé humilde y piadoso con los pobres; no gastes tu hacienda en banquetes; si no te perfeccionas y no te abstienes de superfluidades temo que seas severamente castigado, como yo lo soy. . . . Conoces mi doctrina porque de ella te he instruido desde que eras niño; es inútil, pues, que te escriba más. Pero te ruego encarecidamente, por la misericordia de nuestro Señor, que no me imites en ninguna de las vanidades en que me has visto caer." En la cubierta de la carta, añadió: "Te ruego mucho, amigo mío, 114 que no rompas este sello sino cuando tengas la seguridad de que yo haya muerto."- Id., págs. 163, 164.
En el curso de su viaje vio Hus por todas partes señales de la propagación de sus doctrinas y de la buena acogida de que gozaba su causa. Las gentes se agolpaban para ir a su encuentro, y en algunos pueblos le acompañaban los magistrados por las calles.
Al llegar a Constanza, Hus fue dejado en completa libertad. Además del salvoconducto del emperador, se le dio una garantía personal que le aseguraba la protección del papa. Pero esas solemnes y repetidas promesas de seguridad fueron violadas, y pronto el reformador fue arrestado por orden del pontífice y de los cardenales, y encerrado en un inmundo calabozo. Más tarde fue transferido a un castillo feudal, al otro lado del Rin, donde se le tuvo preso. Pero el papa sacó poco provecho de su perfidia, pues fue luego encerrado en la misma cárcel. (Id., pág. 269.) Se le probó ante el concilio que, además de homicidios, simonía y adulterio, era culpable de los delitos más viles, "pecados que no se pueden mencionar." Así declaro el mismo concilio y finalmente se le despojó de la tiara y se le arrojó en un calabozo. Los antipapas fueron destituídos también y un nuevo pontífice fue elegido.

Aunque el mismo papa se había hecho culpable de crímenes mayores que aquellos de que Hus había acusado a los sacerdotes, y por los cuales exigía que se hiciese una reforma, con todo, el mismo concilio que degradara al pontífice, procedió a concluir con el reformador. El encarcelamiento de Hus despertó grande indignación en Bohemia. Algunos nobles poderosos se dirigieron al concilio protestando contra tamaño ultraje. El emperador, que de mala gana había consentido en que se violase su salvoconducto, se opuso a que se procediera contra él. Pero los enemigos del reformador eran malévolos y resueltos. Apelaron a las preocupaciones del emperador, a sus temores y a su celo por la iglesia. Le presentaron argumentos muy poderosos para convencerle de que "no había que 115 guardar la palabra empeñada con herejes, ni con personas sospechosas de herejía, aun cuando estuvieran provistas de salvoconductos del emperador y de reyes."-Jacques Lenfant, "Histoire du Concile de Constance," tomo I, pág. 493 (Amsterdam, 1727). De ese modo se salieron con la suya.
Debilitado por la enfermedad y por el encierro, pues el aire húmedo y sucio del calabozo le ocasionó una fiebre que estuvo a punto de llevarle al sepulcro, Hus fue al fin llevado ante el concilio. Cargado de cadenas se presentó ante el emperador que empeñara su honor y buena fe en protegerle. Durante todo el largo proceso sostuvo Hus la verdad con firmeza, y en presencia de los dignatarios de la iglesia y del estado allí reunidos elevó una enérgica y solemne protesta contra la corrupción del clero. Cuando se le exigió que escogiese entre retractarse o sufrir la muerte, eligió la suerte de los mártires.
El Señor le sostuvo con su gracia. Durante las semanas de padecimientos que sufrió antes de su muerte, la paz del cielo inundó su alma. "Escribo esta carta -decía a un amigo- en la cárcel, y con la mano encadenada, esperando que se cumpla mañana mi sentencia de muerte. . . . En el día aquél en que por la gracia del Señor nos encontremos otra vez gozando de la paz deliciosa de ultratumba, sabrás cuán misericordioso ha sido Dios conmigo y de qué modo tan admirable me ha sostenido en medio de mis pruebas y tentaciones."- Bonnechose, lib. 3, pág. 74.
En la obscuridad de su calabozo previó el triunfo de la fe verdadera. Volviendo en sueños a su capilla de Praga donde había predicado el Evangelio, vio al papa y a sus obispos borrando los cuadros de Cristo que él había pintado en sus paredes. "Este sueño le aflige; pero el día siguiente ve muchos pintores ocupados en restablecer las imágenes en mayor número y colores más brillantes. Concluido este trabajo, los pintores, rodeados de un gentío inmenso, exclaman: ' ¡Que vengan ahora papas y obispos! ya no las borrarán jamás.' " Al referir el reformador su sueño añadió: "Tengo por cierto, 116 que la imagen de Cristo no será borrada jamás. Ellos han querido destruirla; pero será nuevamente pintada en los corazones, por unos predicadores que valdrán más que yo."- D'Aubigné, lib. 1, cap. 7.
Por última vez fue llevado Hus ante el concilio. Era ésta una asamblea numerosa y deslumbradora: el emperador, los príncipes del imperio, delegados reales, cardenales, obispos y sacerdotes, y una inmensa multitud de personas que habían acudido a presenciar los acontecimientos del día. De todas partes de la cristiandad se habían reunido los testigos de este gran sacrificio, el primero en la larga lucha entablada para asegurar la libertad de conciencia.

Instado Hus para que manifestara su decisión final, declaró que se negaba a abjurar, y fijando su penetrante mirada en el monarca que tan vergonzosamente violara la palabra empeñada, dijo: "Resolví, de mi propia y espontánea libertad, comparecer ante este concilio, bajo la fe y la protección pública del emperador aquí presente."- Bonnechose, lib. 3, pág. 94. El bochorno se le subió a la cara al monarca Segismundo al fijarse en él las miradas de todos los circunstantes.
Habiendo sido pronunciada la sentencia, se dio principio a la ceremonia de la degradación. Los obispos vistieron a su prisionero el hábito sacerdotal, y al recibir éste la vestidura dijo: "A nuestro Señor Jesucristo se le vistió con una túnica blanca con el fin de insultarle, cuando Herodes le envió a Pilato."- Id., págs. 95, 96. Habiéndosele exhortado otra vez a que se retractara, replicó mirando al pueblo: "Y entonces, ¿con qué cara me presentaría en el cielo? ¿cómo miraría a las multitudes de hombres a quienes he predicado el Evangelio puro? No; estimo su salvación más que este pobre cuerpo destinado ya a morir." Las vestiduras le fueron quitadas una por una, pronunciando cada obispo una maldición cuando le tocaba tomar parte en la ceremonia. Por último, "colocaron sobre su cabeza una gorra o mitra de papel en forma de pirámide, en la que estaban pintadas horribles figuras de 117 demonios, y en cuyo frente se destacaba esta inscripción: 'El archihereje.' 'Con gozo -dijo Hus- llevaré por ti esta corona de oprobio, oh Jesús, que llevaste por mí una de espinas." Acto continuo, "los prelados dijeron: 'Ahora dedicamos tu alma al diablo.' 'Y yo -dijo Hus, levantando sus ojos al cielo- en tus manos encomiendo mi espíritu, oh Señor Jesús, porque tú me redimiste.' "-Wylie, lib. 3, cap. 7.
Fue luego entregado a las autoridades seculares y conducido al lugar de la ejecución. Iba seguido por inmensa procesión formada por centenares de hombres armados, sacerdotes y obispos que lucían sus ricas vestiduras, y por el pueblo de Constanza. Cuando lo sujetaron a la estaca y todo estuvo dispuesto para encender la hoguera, se instó una vez más al mártir a que se salvara retractándose de sus errores. "¿ A cuáles errores -dijo Hus- debo renunciar? De ninguno me encuentro culpable. Tomo a Dios por testigo de que todo lo que he escrito y predicado ha sido con el fin de rescatar a las almas del pecado y de la perdición; y, por consiguiente, con el mayor gozo confirmaré con mi sangre aquella verdad que he anunciado por escrito y de viva voz."-Ibid. Cuando las llamas comenzaron a arder en torno suyo, principió a cantar: "Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí," y continuó hasta que su voz enmudeció para siempre.
Sus mismos enemigos se conmovieron frente a tan heroica conducta. Un celoso partidario del papa, al referir el martirio de Hus y de Jerónimo que murió poco después, dijo: "Ambos se portaron como valientes al aproximarse su última hora. Se prepararon para ir a la hoguera como se hubieran preparado para ir a una boda; no dejaron oír un grito de dolor. Cuando subieron las llamas, entonaron himnos y apenas podía la vehemencia del fuego acallar sus cantos."- Ibid.

Cuando el cuerpo de Hus fue consumido por completo, recogieron sus cenizas, las mezclaron con la tierra donde yacían y las arrojaron al Rin, que las llevó hasta el océano. Sus perseguidores se figuraban en vano que habían arrancado 118 de raíz las verdades que predicara. No soñaron que las cenizas que echaban al mar eran como semilla esparcida en todos los países del mundo, y que en tierras aún desconocidas darían mucho fruto en testimonio por la verdad. La voz que había hablado en la sala del concilio de Constanza había despertado ecos que resonarían al través de las edades futuras. Hus ya no existía, pero las verdades por las cuales había muerto no podían perecer. Su ejemplo de fe y perseverancia iba a animar a las muchedumbres a mantenerse firmes por la verdad frente al tormento y a la muerte. Su ejecución puso de manifiesto ante el mundo entero la pérfida crueldad de Roma. Los enemigos de la verdad, aunque sin saberlo, no hacían más que fomentar la causa que en vano procuraban aniquilar.
Una estaca más iba a levantarse en Constanza. La sangre de otro mártir iba a testificar por la misma verdad. Jerónimo al decir adiós a Hus, cuando éste partiera para el concilio, le exhortó a ser valiente y firme, declarándole que si caía en algún peligro él mismo volaría en su auxilio. Al saber que el reformador se hallaba encarcelado, el fiel discípulo se dispuso inmediatamente a cumplir su promesa. Salió para Constanza con un solo compañero y sin proveerse de salvoconducto. Al llegar a la ciudad, se convenció de que sólo se había expuesto al peligro, sin que le fuera posible hacer nada para libertar a Hus. Huyó entonces pero fue arrestado en el camino y devuelto a la ciudad cargado de cadenas, bajo la custodia de una compañía de soldados. En su primera comparecencia ante el concilio, sus esfuerzos para contestar los cargos que le arrojaban se malograban entre los gritos: "¡A la hoguera con él! ¡A las llamas!"- Bonnechose, lib. 2, pág. 256. Fue arrojado en un calabozo, lo encadenaron en una postura muy penosa y lo tuvieron a pan y agua. Después de algunos meses, las crueldades de su prisión causaron a Jerónimo una enfermedad que puso en peligro su vida, y sus enemigos, temiendo que se les escapase, le trataron con menos severidad aunque dejándole en la cárcel por un año. 119
La muerte de Hus no tuvo el resultado que esperaban los papistas. La violación del salvoconducto que le había sido dado al reformador, levantó una tempestad de indignación, y como medio más seguro, el concilio resolvió que en vez de quemar a Jerónimo se le obligaría, si posible fuese, a retractarse. Fue llevado ante el concilio y se le instó para que escogiera entre la retractación o la muerte en la hoguera. Haberle dado muerte al principio de su encarcelamiento hubiera sido un acto de misericordia en comparación con los terribles sufrimientos a que le sometieron; pero después de esto, debilitado por su enfermedad y por los rigores de su prisión, detenido en aquellas mazmorras y sufriendo torturas y angustias, separado de sus amigos y herido en el alma por la muerte de Hus, el ánimo de Jerónimo decayó y consintió en someterse al concilio. Se comprometió a adherirse a la fe católica y aceptó el auto de la asamblea que condenaba las doctrinas de Wiclef y de Hus, exceptuando, sin embargo, las "santas verdades" que ellos enseñaron.-Id., lib. 3, pág. 156.
Por medio de semejante expediente Jerónimo trató de acallar la voz de su conciencia y librarse de la condena; pero, vuelto al calabozo, a solas consigo mismo percibió la magnitud de su acto. Comparó el valor y la fidelidad de Hus con su propia retractación. Pensó en el divino Maestro a quien él se había propuesto servir y que por causa suya sufrió la muerte en la cruz. Antes de su retractación había hallado consuelo en medio de sus sufrimientos, seguro del favor de Dios; pero ahora, el remordimiento y la duda torturaban su alma. Harto sabía que tendría que hacer otras retractaciones para vivir en paz con Roma. El sendero que empezaba a recorrer le llevaría infaliblemente a una completa apostasía. Resolvió no volver a negar al Señor para librarse de un breve plazo de padecimientos.
Pronto fue llevado otra vez ante el concilio, pues sus declaraciones no habían dejado satisfechos a los jueces. La sed de sangre despertada por la muerte de Hus, reclamaba nuevas 120 víctimas. Sólo la completa abjuración podía salvar de la muerte al reformador. Pero éste había resuelto confesar su fe y seguir hasta la hoguera a su hermano mártir.
Desvirtuó su anterior retractación, y a punto de morir, exigió que se le diera oportunidad para defenderse. Temiendo los prelados el efecto de sus palabras, insistieron en que él se limitara a afirmar o negar lo bien fundado de los cargos que se le hacían. Jerónimo protestó contra tamaña crueldad e injusticia. "Me habéis tenido encerrado -dijo,- durante trescientos cuarenta días, en una prisión horrible, en medio de inmundicias, en un sitio malsano y pestilente, y falto de todo en absoluto. Me traéis hoy ante vuestra presencia y tras de haber prestado oídos a mis acérrimos enemigos, os negáis a oírme. . . . Si en verdad sois sabios, y si sois la luz del mundo, cuidaos de pecar contra la justicia. En cuanto a mí, no soy más que un débil mortal; mi vida es de poca importancia, y cuando os exhorto a no dar una sentencia injusta, hablo más por vosotros que por mí." -Id., págs. 162, 163.
Al fin le concedieron a Jerónimo lo que pedía. Se arrodilló en presencia de sus jueces y pidió que el Espíritu divino guiara sus pensamientos y le diese palabras para que nada de lo que iba a decir fuese contrario a la verdad e indigno de su Maestro. En aquel día se cumplió en su favor la promesa del Señor a los primeros discípulos: "Seréis llevados ante gobernadores y reyes por mi causa. . . . Cuando os entregaren, no os afanéis sobre cómo o qué habéis de decir; porque en aquella misma hora os será dado lo que habéis de decir; porque no sois vosotros quienes habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros." (S. Mateo 10: 18-20, V.M.)
Las palabras de Jerónimo produjeron sorpresa y admiración aun a sus enemigos. Por espacio de todo un año había estado encerrado en un calabozo, sin poder leer ni ver la luz siquiera, sufriendo físicamente a la vez que dominado por terrible ansiedad mental; y no obstante, supo presentar sus argumentos con tanta claridad y con tanta fuerza como si hubiera podido 121 estudiar constantemente. Llamó la atención de sus oyentes a la larga lista de santos varones que habían sido condenados por jueces injustos. En casi todas las generaciones hubo hombres que por más que procuraban levantar el nivel moral del pueblo de su época, eran despreciados y rechazados, pero que en tiempos ulteriores fueron reconocidos dignos de recibir honor. Cristo mismo fue condenado como malhechor, por un tribunal inicuo.
Al retractarse Jerónimo había declarado justa la sentencia condenatoria que el concilio lanzara contra Hus; pero esta vez declaró que se arrepentía de ello y dio un valiente testimonio a la inocencia y santidad del mártir. Expresóse en estos términos: "Conocí a Juan Hus desde su niñez. Era el hombre más excelente, justo y santo; pero no por eso dejó de ser condenado. . . . Y ahora yo también estoy listo para morir. No retrocederé ante los tormentos que hayan preparado para mí mis enemigos, los testigos falsos, los cuales tendrán que ser llamados un día a cuentas por sus imposturas, ante el gran Dios a quien nadie puede engañar."- Bonnechose, lib. 3, pág. 167.
Al censurarse a sí mismo por haber negado la verdad, dijo Jerónimo: "De todos los pecados que he cometido desde mi juventud, ninguno pesa tanto sobre mí ni me causa tan acerbos remordimientos, como el que cometí en este funesto lugar, cuando aprobé la inicua sentencia pronunciada contra Wiclef y contra el santo mártir, Juan Hus, maestro y amigo mío. Sí, lo confieso de todo corazón, y declaro con verdadero horror que desgraciadamente me turbé cuando, por temor a la muerte, condené las doctrinas de ellos. Por tanto, ruego . . . al Dios todopoderoso se digne perdonarme mis pecados y éste en particular, que es el más monstruoso de todos." Señalando a los jueces, dijo con entereza: "Vosotros condenasteis a Wiclef y a Juan Hus no porque hubieran invalidado las doctrinas de la iglesia, sino sencillamente por haber denunciado los escándalos provenientes del clero -su pompa, su orgullo y todos los vicios de los prelados y sacerdotes. Las cosas que aquellos 122 afirmaron y que son irrefutables, yo también las creo y las proclamo."

Sus palabras fueron interrumpidas. Los prelados, temblando de ira, exclamaron: "¿Qué necesidad hay de mayores pruebas? ¡Contemplamos con nuestros propios ojos el más obstinado de los herejes!"
Sin conmoverse ante la tempestad, repuso Jerónimo: "¡Qué! ¿imagináis que tengo miedo de morir? Por un año me habéis tenido encadenado, encerrado en un calabozo horrible, más espantoso que la misma muerte. Me habéis tratado con más crueldad que a un turco, judío o pagano, y mis carnes se han resecado hasta dejar los huesos descubiertos; pero no me quejo, porque las lamentaciones sientan mal en un hombre de corazón y de carácter; pero no puedo menos que expresar mi asombro ante tamaña barbarie con que habéis tratado a un cristiano. -Ibid., págs. 168, 169.
Volvió con esto a estallar la tempestad de ira y Jerónimo fue devuelto en el acto a su calabozo. A pesar de todo, hubo en la asamblea algunos que quedaron impresionados por sus palabras y que desearon salvarle la vida. Algunos dignatarios de la iglesia le visitaron y le instaron a que se sometiera al concilio. Se le hicieron las más brillantes promesas si renunciaba a su oposición contra Roma. Pero, a semejanza de su Maestro, cuando le ofrecieron la gloria del mundo, Jerónimo se mantuvo firme.
"Probadme con las Santas Escrituras que estoy en error - dijo él- y abjuraré de él."
"¡Las Santas Escrituras! -exclamó uno de sus tentadores, - ¿todo debe ser juzgado por ellas? ¿Quién puede comprenderlas si la iglesia no las interpreta?"
"¿Son las tradiciones de los hombres más dignas de fe que el Evangelio de nuestro Salvador? -replicó Jerónimo.- Pablo no exhortó a aquellos a quienes escribía a que escuchasen las tradiciones de los hombres, sino que les dijo: 'Escudriñad las Escrituras.' " 123 "Hereje -fue la respuesta,- me arrepiento de haber estado alegando contigo tanto tiempo. Veo que es el diablo el que te impulsa."- Wylie, lib. 3, cap. 10.
En breve se falló sentencia de muerte contra él. Le condujeron en seguida al mismo lugar donde Hus había dado su vida. Fue al suplicio cantando, iluminado el rostro de gozo y paz. Fijó en Cristo su mirada y la muerte ya no le infundía miedo alguno. Cuando el verdugo, a punto de prender la hoguera, se puso detrás de él, el mártir exclamó: "Ven por delante, sin vacilar. Prende la hoguera en mi presencia. Si yo hubiera tenido miedo, no estaría aquí."
Las últimas palabras que pronunció cuando las llamas le envolvían fueron una oración. Dijo: "Señor, Padre todopoderoso, ten piedad de mí y perdóname mis pecados, porque tú sabes que siempre he amado tu verdad."- Bonnechose, lib. 3, págs. 185, 186. Su voz dejó de oírse, pero sus labios siguieron murmurando la oración. Cuando el fuego hubo terminado su obra, las cenizas del mártir fueron recogidas juntamente con la tierra donde estaban esparcidas y, como las de Hus, fueron arrojadas al Rin.

Así murieron los fieles siervos que derramaron la luz de Dios. Pero la luz de las verdades que proclamaron -la luz de su heroico ejemplo- no pudo extinguirse. Antes podían los hombres intentar hacer retroceder al sol en su carrera que apagar el alba de aquel día que vertía ya sus fulgores sobre el mundo.
La ejecución de Hus había encendido llamas de indignación y horror en Bohemia. La nación entera se conmovió al reconocer que había caído víctima de la malicia de los sacerdotes y de la traición del emperador. Se le declaró fiel maestro de la verdad, y el concilio que decretó su muerte fue culpado del delito de asesinato. Como consecuencia de esto las doctrinas del reformador llamaron más que nunca la atención. Los edictos del papa condenaban los escritos de Wiclef a las llamas, pero las obras que habían escapado a dicha sentencia fueron 124 sacadas de donde habían sido escondidas para estudiarlas comparándolas con la Biblia o las porciones de ella que el pueblo podía conseguir, y muchos fueron inducidos así a aceptar la fe reformada.
Los asesinos de Hus no permanecieron impasibles al ser testigos del triunfo de la causa de aquél. El papa y el emperador se unieron para sofocar el movimiento, y los ejércitos de Segismundo fueron despachados contra Bohemia.
Pero surgió un libertador. Ziska, que poco después de empezada la guerra quedó enteramente ciego, y que fue no obstante uno de los más hábiles generales de su tiempo, era el que guiaba a los bohemios. Confiando en la ayuda de Dios y en la justicia de su causa, aquel pueblo resistió a los más poderosos ejércitos que fueron movilizados contra él. Vez tras vez el emperador, suscitando nuevos ejércitos, invadió a Bohemia, tan sólo para ser rechazado ignominiosamente. Los husitas no le tenían miedo a la muerte y nada les podía resistir. A los pocos años de empeñada la lucha, murió el valiente Ziska; pero le reemplazó Procopio, general igualmente arrojado y hábil, y en varios respectos jefe más capaz.
Los enemigos de los bohemios, sabiendo que había fallecido el guerrero ciego, creyeron llegada la oportunidad favorable para recuperar lo que habían perdido. El papa proclamó entonces una cruzada contra los husitas, y una vez más se arrojó contra Bohemia una fuerza inmensa, pero sólo para sufrir terrible descalabro. Proclamóse otra cruzada. En todas las naciones de Europa que estaban sujetas al papa se reunió dinero, se hizo acopio de armamentos y se reclutaron hombres. Muchedumbres se reunieron bajo el estandarte del papa con la seguridad de que al fin acabarían con los herejes husitas. Confiando en la victoria, un inmenso número de soldados invadió a Bohemia. El pueblo se reunió para defenderse. Los dos ejércitos se aproximaron uno al otro, quedando separados tan sólo por un río que corría entre ellos. "Los cruzados eran muy superiores en número, pero en vez de arrojarse a cruzar el río 125 y entablar batalla con los husitas a quienes habían venido a atacar desde tan lejos, permanecieron absortos y en silencio mirando a aquellos guerreros."-Wylie, lib. 3, cap. 17. Repentinamente un terror misterioso se apoderó de ellos. Sin asestar un solo golpe, esa fuerza irresistible se desbandó y se dispersó como por un poder invisible. Las tropas husitas persiguieron a los fugitivos y mataron a gran número de ellos, y un rico botín quedó en manos de los vencedores, de modo que, en lugar de empobrecer a los bohemios, la guerra los enriqueció.
Pocos años después, bajo un nuevo papa, se preparó otra cruzada. Como anteriormente, se volvió a reclutar gente y a allegar medios de entre los países papales de Europa. Se hicieron los más halagüeños ofrecimientos a los que quisiesen tomar parte en esta peligrosa empresa. Se daba indulgencia plenaria a los cruzados aunque hubiesen cometido los más monstruosos crímenes. A los que muriesen en la guerra se les aseguraba hermosa recompensa en el cielo, y los que sobreviviesen cosecharían honores y riquezas en el campo de batalla. Así se logró reunir un inmenso ejército que cruzó la frontera y penetró en Bohemia. Las fuerzas husitas se retiraron ante el enemigo y atrajeron así a los invasores al interior del país, dejándoles creer que ya habían ganado la victoria. Finalmente, el ejército de Procopio se detuvo y dando frente al enemigo se adelantó al combate. Los cruzados descubrieron entonces su error y esperaron el ataque en sus reales. Al oír el ejército que se aproximaba contra ellos y aun antes de que vieran a los husitas, el pánico volvió a apoderarse de los cruzados. Los príncipes, los generales y los soldados rasos, arrojando sus armas, huyeron en todas direcciones. En vano el legado papal que guiaba la invasión se esforzó en reunir aquellas fuerzas aterrorizadas y dispersas. A pesar de su decididísimo empeño, él mismo se vio precisado a huir entre los fugitivos. La derrota fue completa y otra vez un inmenso botín cayó en manos de los vencedores.
De esta manera por segunda vez un gran ejército 126 despachado por las más poderosas naciones de Europa, una hueste de valientes guerreros, disciplinados y bien pertrechados, huyó sin asestar un solo golpe, ante los defensores de una nación pequeña y débil. Era una manifestación del poder divino. Los invasores fueron heridos por un terror sobrenatural. El que anonadó los ejércitos de Faraón en el Mar Rojo, e hizo huir a los ejércitos de Madián ante Gedeón y los trescientos, y en una noche abatió las fuerzas de los orgullosos asirios, extendió una vez más su mano para destruir el poder del opresor. "Allí se sobresaltaron de pavor donde no había miedo; porque Dios ha esparcido los huesos del que asentó campo contra ti: los avergonzaste, porque Dios los desechó." (Salmo 53: 5.)
Los caudillos papales desesperaron de conseguir nada por la fuerza y se resolvieron a usar de diplomacia. Se adoptó una transigencia que, aparentando conceder a los bohemios libertad de conciencia, los entregaba al poder de Roma. Los bohemios habían especificado cuatro puntos como condición para hacer la paz con Roma, a saber: La predicación libre de la Biblia; el derecho de toda la iglesia a participar de los elementos del pan y vino en la comunión, y el uso de su idioma nativo en el culto divino; la exclusión del clero de los cargos y autoridad seculares; y en casos de crímenes, su sumisión a la jurisdicción de las cortes civiles que tendrían acción sobre clérigos y laicos. Al fin, las autoridades papales "convinieron en aceptar los cuatro artículos de los husitas, pero estipularon que el derecho de explicarlos, es decir, de determinar su exacto significado, pertenecía al concilio o, en otras palabras, al papa y al emperador."-Wylie, lib. 3, cap. 18. Sobre estas bases se ajustó el tratado y Roma ganó por medio de disimulos y fraudes lo que no había podido ganar en los campos de batalla; porque, imponiendo su propia interpretación de los artículos de los husitas y de la Biblia, pudo adulterar su significado y acomodarlo a sus propias miras.
En Bohemia, muchos, al ver así defraudada la libertad que ya disfrutaban, no aceptaron el convenio. Surgieron disensiones 127 y divisiones que provocaron contiendas y derramamiento de sangre entre ellos mismos. En esta lucha sucumbió el noble Procopio y con él sucumbieron también las libertades de Bohemia.

Por aquel tiempo, Segismundo, el traidor de Hus y de Jerónimo, llegó a ocupar el trono de Bohemia, y a pesar de su juramento de respetar los derechos de los bohemios, procedió a imponerles el papismo. Pero muy poco sacó con haberse puesto al servicio de Roma. Por espacio de veinte años su vida no había sido más que un cúmulo de trabajos y peligros. Sus ejércitos y sus tesoros se habían agotado en larga e infructuosa contienda; y ahora, después de un año de reinado murió dejando el reino en vísperas de la guerra civil y a la posteridad un nombre manchado de infamia.
Continuaron mucho tiempo las contiendas y el derramamiento de sangre. De nuevo los ejércitos extranjeros invadieron a Bohemia y las luchas intestinas debilitaron y arruinaron a la nación. Los que permanecieron fieles al Evangelio fueron objeto de encarnizada persecución.
En vista de que, al transigir con Roma, sus antiguos hermanos habían aceptado sus errores, los que se adherían a la vieja fe se organizaron en iglesia distinta, que se llamó de "los Hermanos Unidos." Esta circunstancia atrajo sobre ellos toda clase de maldiciones; pero su firmeza era inquebrantable. Obligados a refugiarse en los bosques y las cuevas, siguieron reuniéndose para leer la Palabra de Dios y para celebrar culto.
Valiéndose de mensajeros secretos que mandaron a varios países, llegaron a saber que había, diseminados en varias partes, "algunos sostenedores de la verdad, unos en ésta, otros en aquella ciudad, siendo como ellos, objeto de encarnizada persecución; supieron también que entre las montañas de los Alpes había una iglesia antigua que se basaba en las Sagradas Escrituras, y que protestaba contra la idólatra corrupción de Roma." -Ibid., cap. 19. Recibieron estos datos con gran regocijo e iniciaron relaciones por correspondencia con los cristianos valdenses. 128
Permaneciendo firmes en el Evangelio, los bohemios, a través de las tinieblas de la persecución y aun en la hora más sombría, volvían la vista hacia el horizonte como quien espera el rayar del alba. "Les tocó vivir en días malos, pero . . . recordaban las palabras pronunciadas por Hus y repetidas por Jerónimo, de que pasaría un siglo antes de que se viera despuntar la aurora. Estas palabras eran para los husitas lo que para las tribus esclavas en la tierra de servidumbre aquellas palabras de José: 'Yo me muero, mas Dios ciertamente os visitará, y os hará subir de aquesta tierra.' "-Ibid. "La última parte del siglo XV vio el crecimiento lento pero seguro de las iglesias de los Hermanos. Aunque distaban mucho de no ser molestados, gozaron sin embargo de relativa tranquilidad. A principios del siglo XVI se contaban doscientas de sus iglesias en Bohemia y en Moravia."-T. H. Gilett, Life and Times of John Huss, tomo 2, pág. 570. "Tan numeroso era el residuo, que sobrevivió a la furia destructora del fuego y de la espada y pudo ver la aurora de aquel día que Hus había predicho."-Wylie, lib. 3, cap. 19.129 El conflicto de los siglos p. 104-128.